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Huir de Londres y Nueva York


Londres y Nueva York son las ciudades en las que todos queremos vivir, sobre todo si ni siquiera las hemos visitado. A pesar de que sabemos que la vida en esas urbes es sumamente cara, nos atraen como imán y nuestra imaginación nos reconforta cuando pensamos en ellas, es decir, en la imagen que nos hemos fabricado de ellas.

La crisis de las grandes ciudades es algo ya muy sabido por todos, pero recorrer las páginas de diarios y revistas nos trae sorpresas. En el mes de julio de este año, la revista Harper's publicó en su portada un titular contundente: "La muerte de una gran ciudad americana. Nueva York y su crisis de sobrepoblación". El autor del artículo, Kevin Baker, un añejo neoyorquino, lamenta que su ciudad se haya convertido en un lugar "ordinario y aburrido". Sorprende saber eso, sobre todo porque muchos recordamos que esa enorme ciudad fue rescatada en los años ochenta, tras pasar más de una década convertida en uno de los lugares con mayor delincuencia en el mundo.

Pero, al parecer, esto no sólo ocurre en América. Londres también vive su propia crisis y con características similares. The Independent publicó recientemente un texto que puede ser leído aquí, firmado por Sarah E. Graham, quien ofrece un testimonio de la manera en que su vida se transformó luego de que decidió abandonar la capital de la Gran Bretaña. Ofrecemos aquí lo sustancial de su escrito.

La tan manida frase "los tiempos cambian" parece ser una marca que identifica nuestros días en todos los ámbitos.

Fotografía: Londres visto desde los suburbios, por Steve Watts

 

Londres se acabó; al igual que cientos de jóvenes,

estoy muy contenta de que me voy

Por Sarah E. Graham

Traducción y resumen de Luba Rovinskaia

Cuando me mudé a Londres a los 22 años, recién salida de la universidad, sentía que era el lugar más emocionante para vivir, por su ajetreo y bullicio, la vida nocturna, la escena cultural y, para una periodista en prácticas, por sus oportunidades laborales. Tras cinco años y diez meses que pasaron volando, me estoy mudando hacia una nueva vida en los suburbios de Hertfordshire.

Para 2017, me sentía alienada por el desalmado capitalismo de la vida en la ciudad. Mi ansiedad estaba en su punto álgido y sentía claustrofobia. Asustada por un año de horas pico en la línea central, acabé solicitando sólo trabajos que me permitieran viajar más tarde y fueran menos agitados, antes de darme cuanta de que trabajar como freelance era el camino a seguir para mí.

Cuando más y más amigos dejaban sus estresantes trabajos en Londres por un lugar donde el balance trabajo-vida fuese más accesible o, como yo, devinieron auto-empleados, se hizo evidente que Londres ya no era el centro del universo laboral. No sólo había oportunidades de trabajo en otros lados, sino que la vida era más costeable y su ritmo menos intenso.

Mis amigos que vivían fuera de la capital parecían tener exactamente ese tipo de equilibrio entre el trabajo y la vida que me había llevado a trabajar por cuenta propia. El desempleo en la capital puede que sea bajo, pero eso es solamente porque cada año unas cien mil personas elegimos salir de ella. Las nuevas vacantes se quedan vacías pues hay cada vez menos y menos gente para ocuparlas. La crisis en el costo de la vivienda está haciendo a la capital cada vez menos atractiva para aquellos que entrados en la treintena podrían integrarse a la vida de la ciudad en puntos clave de sus carreras. Para los millennials, como quiera, nuestras expectativas están cambiando.

Mientras el masivo éxodo de varios de nuestros amigos más cercanos significó que había cada vez menos razones para permanecer en Londres, fue el costo de la vivienda lo decisivo. Mientras que amigos en Bristol, Derby, Manchester y Stevenage se mudaban a mejores casas con jardín, nosotros no hubiéramos podido costear mucho más que nuestro pequeño departamento de dos recámaras. Tal vez fuese en parte cuestión de edad o madurez, pero a mis 27 años ya no quería más jornadas largas, salarios terribles y condiciones de trabajo con mucha presión. En su lugar, quería un jardín, un perro y la más preciosa de las comodidades: aire fresco. Anhelaba la estabilidad financiera y emocional que Londres sencillamente no podía ofrecerme y, habiendo ya dejado la "carrera de ratas" que es la vida londinense, era libre de trabajar donde fuera.

Mi marido y yo vamos a diario a Londres y eso me da un cierto feliz término medio entre la conveniencia de la ciudad y el santuario que es la campiña. Está a sólo 50 millas de nuestra antigua casa, pero se siente un mundo de lejanía y la mejora en mi salud mental comenzó enseguida.

Cuando mis amigos en Londres me preguntaron cómo se siente vivir en un suburbio, lo primero que les dije fue que al fin tengo silencio al dormir. “Es tan oscuro y calmado... hace semanas que no escucho una sirena.”

En lugar de una “caja de zapatos”, ahora vivimos en una casa de cuatro habitaciones, donde tengo mi propia oficina, la cual no hace las veces de cuarto de servicio o almacén. Tenemos jardín, un perro, área verde, aire fresco y paz; así como el sentido de comunidad y de pertenencia que yo anhelaba. Hasta puedo invitar una ronda de bebidas sin preocuparme por mi estado de cuenta.

Pero sobre todo, puedo finalmente disfrutar de Londres nuevamente. Ahora que estoy fuera, al fin aprovecho las bondades de la ciudad, en lugar de temer cada paso que daba fuera de mi puerta.


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