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De cómo Karlheinz Stockhausen se convirtió en un paria intelectual


Arriba: Thomas Cole, El curso del imperio: Destrucción, 1836; abajo: fotografía tomada poco después de los atentados del 9 de septiembre de 2001. Créditos: Colección de la Sociedad Histórica de Nueva York (arriba); Timothy Fadek / Polaris (abajo). Composición tomada de New York Magazine, 27 de agosto de 2011.

En agosto de 2013 Brecht Savelkoul publicó en Distilled Magazine un artículo que puede leerse aquí, cuyo contenido es verdaderamente singular y polémico. En él, se describe cómo el extraordinario músico contemporáneo Karlheinz Stockhausen se convirtió en un apestado, principalmente en el medio intelectual de Estados Unidos.

La razón se puede resumir en una frase del propio músico, expresada en una conferencia de prensa, sobre los ataques terroristas del 11 de septiembre: “Lo que pasó allí es, por supuesto –ahora todos ustedes deben ajustar sus cerebros–, la mayor obra de arte que haya existido.” Por supuesto que estas palabras causaron indignación y escándalo, sobre todo porque fueron dichas poco tiempo después de los atentados. Sin embargo, Savelkoul invita a sus lectores a tratar de entender lo que quiso decir Stockhausen y a admitir que quizá tenía razón. Este resumen de su artículo invita a debatir y reflexionar.



Definitivamente no fue la frase más diplomática para el 16 de septiembre de 2001. Ese día, Karlheinz Stockhausen pasó de ser un compositor clásico contemporáneo de enorme talla, pionero de la música electrónica, a un paria intelectual. Pero dejando de lado el tacto, esta controversial frase sigue siendo el análisis más interesante, retador y sin duda instructivo de los ataques terroristas del 11 de septiembre.

Aunque sus palabras siguen causando reacciones escandalizadas, son fundamentalmente correctas: no deberíamos ver los ataques terroristas como actos de guerra sino de arte. Para saber por qué, comencemos por la respuesta completa que dio Stockhausen en aquella fatídica conferencia de prensa:


“Lo que pasó allí es, por supuesto –ahora todos ustedes deben ajustar sus cerebros–, la mayor obra de arte que haya existido. Esos espíritus alcanzan en un acto lo que nosotros ni soñar en música, donde la gente practica con fanatismo durante años para un solo concierto; y después, muere. Y esa es la más grandiosa obra de arte que existe en todo el cosmos. Sólo imagínense qué pasó allí. Esas personas estaban tan concentradas en este solo performance, y entonces 5 mil personas fueron llevadas a la resurrección. En sólo un momento. Yo no hubiera podido hacer eso. Comparados con esto, no somos nada como compositores, pues.”

Si Al Qaeda fuera un colectivo de arte conceptual, su fama se hubiera disparado hasta la luna con semejante reseña. De hecho, es más parecido a un colectivo de arte que a un ejército convencional. ¿Alguna vez un general clamó públicamente su responsabilidad por el éxito de un ataque sorpresa? Y más aún, los terroristas no son como los guerrilleros, que buscan hacerse de posiciones estratégicas, pues los objetivos de los ataques del 9/11 fueron más bien simbólicos; su guerra es cultural y no tanto política. Tratan de convencernos (a la audiencia) de que debemos de tener miedo de ellos (los actores) a través de horroríficas puestas en escena (los ataques terroristas), para hacernos escuchar su mensaje. Esto no es solamente similar al arte performativo; esto es arte performativo.

Si el terrorismo es arte, no se lo puede derrotar militarmente. ¿Pero entonces cómo? Stockhausen aventuró una respuesta. De acuerdo con él, el soundtrack ideal de la violencia es Richard Wagner, y la crítica que le hace es que no es la agresividad explícita el problema. Para Stockhausen, cualquier forma de emoción en el arte llevará eventualmente a reacciones violentas en la vida. El estilo altamente emocional del arte romántico alemán del siglo XIX fue, según él, caldo de cultivo para las ideologías totalitarias y el violento nacionalismo alemán del siglo siguiente y quiso evitar que eso pasara otra vez creando un tipo nuevo de música. En los años 50 comenzó a componer una música deliberadamente estéril, desprovista de toda ideología o expresión personal. Para el argumento del terrorismo como arte performativo, este enfoque da un claro consejo sobre cómo enfrentar los ataques terroristas.

Esta “solución de Stockhausen” nunca funcionará. Es biológica y físicamente imposible “desactivar” las emociones, sobre todo durante un acto de terrorismo. E incluso si se pudiera, esta solución implicaría admitir la derrota e iría contra toda noción de libertad y derechos humanos –que son por cierto las razones para combatir el terrorismo en primer lugar. La “solución de Stockhausen”, pues, no parece solucionar nada… a menos que hayamos entendido mal.

Acaso no son las cualidades internas de una obra las que la definen. Después de todo, la mala reputación de Wagner tiene poco que ver con la emocionalidad intrínseca de su música y todo que ver con su publicación antisemita de 1850 contra la influencia judía en la música alemana. Al estoico Stockhausen le fue irónicamente parecido: perdió al instante alrededor de medio siglo de aclamaciones de la crítica al pronunciar aquella frase. ¡Y su música nada tuvo que ver con eso! Así pues, si los terroristas son artistas, la misma regla ha de aplicárseles: no son sus acciones las que determinan su impacto, sino nuestra manera de reaccionar a ellas.

Por eso, frente a la amenaza terrorista, cambiemos la actitud bélica por la del crítico de arte más pretencioso que se pueda uno imaginar. Tuiteemos, blogueemos; hablemos, pues, de esos bastardos. O ignorémoslos. El punto es mostrarles que en realidad no importan, que no nos tomamos en serio a los terroristas. Si la Alemania de 1924 hubiera hecho lo mismo que la Academia Vienesa de Bellas Artes hizo con un tal Adolf H., la historia moderna sería otra. Es tiempo de ver a los extremistas que se inmolan como lo que son: malos artistas , y decirles “tu terrorismo apesta”.


Traducción y resumen de Luba Rovinskaia

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