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Una tarde con George Steiner

Actualizado: 25 abr 2020


George Steiner en 1997. Tomada del diario El Clarín, de Buenos Aires.


George Steiner, un gran lector, como él mismo se definía, también fue un gran conversador y polemista. Dejamos en este texto un reflejo de una velada que Kinton Ford pasó con él y un grupo de amigos, todos académicos universitarios. El artículo original fue publicado en la revista n+1, y que se puede leer aquí, el 6 de febrero pasado, es decir, unos pocos días después del fallecimiento de Steiner, si bien el hecho que se relata tuvo lugar en noviembre de 2001, muy poco tiempo después de los atentados contra las torres gemelas en Nueva York, acontecimiento que fue un tema central de la conversación. Algo poco trivial, si consideramos que Steiner defendió la postura de Karl Heinz Stockhousen justo en esos momentos tan cargados de emociones.



Una tarde con George Steiner

Un crítico y sus críticos


Traducción y paráfrasis de Lioubov Rovinskaia


“Un encantador pero monstruoso narcisista”, así es como arranca Kinton Ford su relato Una tarde con George Steiner (1929-2020) Un crítico y sus críticos. El texto describe una reunión en noviembre de 2001 cuyos participantes, además del autor y George Steiner, son nombrados únicamente como la Célebre Poeta, la Profesora de Poesía (quien es la anfitriona), otro Profesor y un Artista (cónyuge de la Poeta).

El relato arranca de una conversación relajada entre amigos intelectuales, a un par de meses de los atentados del 11 de septiembre, en que las quejas entre risas por la máquina copiadora de la universidad llevaron a una interesante y conmovedora historia de Steiner sobre estudiantes checos que copiaban Middlemarch a mano pues las Xerox eran controladas por el Estado, para evitar la distribución de literatura prohibida por el régimen soviético. La Poeta, en cambio, dijo que llevaba sus borradores a un establecimiento llamado Kinko’s pero, para su gran consternación, se dio cuenta de que allí escaneaban las páginas “para mayor eficiencia”. Le juraron que borraban los archivos al final de cada día, pero a ella (con bastante razón) le desagradó la idea de que sus borradores estuvieran potencialmente disponibles en forma digital y esto llevó a la discusión de las propuestas del procurador general Ashcroft de eliminar las libertades civiles (tras los atentados terroristas) y la expectativa de privacidad, parte esencial de dichas libertades. Steiner y la Poeta lanzaron una serie de quejas por la sobrerreacción de los estadounidenses y el efecto tranquilizador que tendría el que por fin Ashcroft tuviera acceso a las fotocopias de todos, lo cual llevó a Steiner a lamentar la cancelación de las presentaciones de Stockhausen en Nueva York. [Sí, el mismo Stockhausen que era ya un paria intelectual en Estados Unidos.]

La conversación exploró la reacción estadounidense a los atentados en el World Trade Center: cuántos inocentes murieron y cuántos más morirían en la guerra contra la organización de Bin Laden. Ford captó los enérgicos diálogos, en que unos defienden la sobrerreacción estadounidense ante los atentados, que Europa ya vivía con el terrorismo desde hacía años y no pensaba en sus tragedias de manera tan narcisista, que, en fin, los estadounidenses son tontos e ilusos por tener tanto miedo a morir y esto prueba cuán buena es la vida en ese país… aunque no sea tan buena en el resto del mundo, apuntó Steiner.

La Célebre Poeta estuvo de acuerdo en que hay claramente un aspecto clasista en la sobrerreacción estadounidense: “¿Por qué Estados Unidos ha de ir a la guerra? Es detestable. Sólo porque murió gente rica estamos en esta guerra”. De nuevo Steiner dijo que los estadounidenses estaban siendo narcisistas por preocuparse tanto por sí mismos. El otro Profesor objetó elocuentemente que tenían derecho a la conmoción y al duelo, aun cuando las cosas están peor en otros lugares.

Entraron entonces a la cena, que la Profesora de Poesía había estado preparando mientras hablaban. La Poeta contó una larga historia sobre el hambre de poesía que notó en sus audiencias, más vastas, afirmó, desde el comienzo de la guerra. También, dijo, los soldados del Ejército estadounidense tenían hambre de poesía: en la Academia Militar de los Estados Unidos (West Point) conoció a un mayor que enseñaba inglés. Él estuvo en la [Primera] Guerra del Golfo. Sus jóvenes habían participado en matanzas al por mayor a instancias de sus comandantes y no podían soportar lo que habían visto. No podían dormir; estaban muy atormentados. El mayor les leyó poesía en las barracas y eso los calmó y les trajo paz.

El Artista comentó que tal vez la poesía no era entonces algo bueno, porque los reconciliaba con la violencia. No, dijo la Poeta, de alguna manera la poesía les permitió continuar sin quedar devastados. El mayor les enseñó qué era aquello por lo que estaban peleando: por preservar Occidente, la cultura que produjo esa poesía. (¿Así que la poesía es algo bueno después de todo? ¿Vale la pena lucha y matar por ella?)

Sí, dijo Steiner, pero no hay nada como la batalla: “Ninguna experiencia humana es tan sublime como la batalla. Ni la experiencia sexual, nada. De eso se trataba la vida. La gloria de la guerra”. Si sobreviviste, apuntó el Artista, e incluso la Poeta estuvo de acuerdo.

Todo valió la pena para Ford, nos dice, cuando al final de la tarde la Profesora de Poesía reprendió a Steiner y la Célebre Poeta, quien se había vuelto hacia Steiner para decirle: “tocaste un muy buen punto en tu última charla [Steiner estaba dando una serie de conferencias en la Universidad ese año], una pregunta difícil que preferiríamos se esfumara: ¿el World Trade Center o el Metropolitan Museum of Art (Met)?”.

“Sin duda tenemos que preferir el Met. El arte dura por generaciones y debe ser preservado”, contestó Steiner. La Profesora de Poesía le dijo que no puedes situar una pieza artística por encima de una vida humana, pues estarías sacrificando a personas por objetos y no puedes hacer eso.

Steiner dijo de nuevo: “Estas obras de arte alimentarán generaciones y son el trabajo de verdaderos genios. No puedes poner las vidas de esos idiotas en el World Trade Center por sobre ellas. Ellos pueden desaparecer y el daño será poco, pero estas obras desaparecerían para siempre”. La Profesora de Poesía entonces dijo que las obras de arte −del más grande arte− “desaparecen para siempre todo el tiempo”, y que es triste y sin embargo inevitable, pero que simplemente no puedes preferir separar a un buen padre de su hijo. Lo que cuenta no es la inteligencia sino la virtud e, inclusive si alguien es un idiota, lo que sí vale es si era un buen padre.

Entonces Steiner, genialmente, dijo “Sobre ese punto…” Y se levantó para tomar su abrigo y su sobrero, señalando el final de una cena memorable, para nada ofendido, tan seguro de que ganó la discusión que no tuvo que responderle a la Profesora de Poesía.

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