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Ilustración: Rebeca Lucía Arredondo Sáinz

al oír pulimos lo acontecido

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El silencio como ausencia de sonido es el descanso del oído, pero no un descanso improductivo sino el ambiente en que se puede recordar todo lo acontecido para encontrar el sentido de las cosas, dice Mauricio Montealegre para presentarnos Pensar con el oído, el libro de aforismos de Angelo Medina Lafuente.

Mauricio Montealegre*

 

 

El libro de Angelo Medina va contra sentido. Se instala en un nivel primordial y nos invita a la reflexión pausada, es decir, la reflexión del paso a paso, aforismo por aforismo. El libro de Angelo no es como un camino recto que nos lleva en un único sentido, es, yo diría, como la superficie de las olas que va en aumento y en descenso a medida que el autor se entusiasma con un pensamiento o se entristece escribiendo algo que lo desconsuela. Es un libro intempestivo porque cultiva la forma literaria del aforismo que actualmente, como el autor mismo me lo confesó, está desacreditada y yo añadiría que está desacralizada ya que, en otros tiempos, quizá en otros tipos de hombres, la forma corta de expresar un pensamiento tenía algo de la chispa divina.

   El libro está escrito por una mano de músico, de artesano de sonidos, una mano de una persona taciturna y callada que piensa para sus adentros y que, por bendición de la escritura, nos es transmitida con los ecos profundos de la reflexión filosófica. Yo diría que se trata más de un libro de poesía que de filosofía, un libro más de diálogo que de enseñanza, una confesión más que una disertación. Las palabras que forman el libro expresan una cultura educada, a veces erudita, y se margina de la esfera popular que si bien posee viveza carece de la serenidad con que el libro está escrito.

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Angelo Medina Lafuente, Pensar con el oído, E1 Ediciones, México, 2020

Creo que los pensamientos expresados en el libro son de una índole varia y, por ello mismo, el libro se hace inclasificable. No es un libro de música, ni de filosofía en el sentido académico, ni un libro confesional ni un libro producido en el otium cum dignitate. Simplemente diríamos que se trata de un libro en el que se reflexiona sobre el papel que tiene el oído en la vida humana y en la vida del alma, si es que esta última palabra es aceptada. En este sentido, Angelo habla privilegiadamente del silencio, ese espacio vacío en donde no hay ecos ni sonidos. El silencio como ausencia de sonido es el descanso del oído, pero no un descanso improductivo sino el ambiente en que se puede recordar todo lo acontecido para encontrar el sentido de las cosas. En el silencio no hay interferencia y, en cambio, como decía Eckhart, hay “tranquilidad pura” en donde la marcha del mundo significa nada y en donde podemos vincularnos más profundamente con los sonidos ausentes, faltantes. Porque es en la ausencia en donde las cosas están más presentes y nostálgicas.

   Finalmente, el libro es sencillo, no tiene grandes pretensiones. Con generosa ingenuidad, Angelo nos muestra grabados antiguos de esos que ya son parte de colecciones de museos y nos da paso para detenernos en la lectura y tratar de establecer el nexo entre el concepto y la imagen. Las palabras que usa Angelo son elegantes, pero no llegan a ser artificiales. Hay palabras que quizá debiesen ser más terrestres y no tan celestiales, pero el autor y su pluma tienen el derecho de volar tan lejos como quieran y el deber del lector es encontrarlos.

 

UN AFORISMO

 

“Al oír pulimos lo acontecido; la artesanía del posterior decir. Las concavidades del oído son el relicario del significado de las cosas”.

 

Al oír pulimos lo acontecido. En esta frase se nos dice que el oído es algo parecido a un pulidor, es decir, es el órgano a través del cual agudizamos el sentido de las cosas y le damos una forma precisa. Lo acontecido sería la infinidad de cosas que ocurren en el mundo en un instante y que el oído se encarga de seleccionar una parte para pulirla y depurarla. Pero al estar íntimamente unidos oído e inteligencia (“el oído es el sentido de la inteligencia”, decía Schopenhauer), la depuración de lo acontecido no es obra sólo del oído sino también de la inteligencia.

 

La artesanía del posterior decir. ¿Qué quiere decir que el oído, en tanto pulidor de lo acontecido, sea “la artesanía del posterior decir”? Tal vez significa que en una primera instancia el oído pule, selecciona, depura y, en un segundo momento, el oído, como sede de la inteligencia, empieza a producir artesanalmente las palabras que luego saldrán por nuestros labios. El oído es el fabricante de palabras y la boca el difusor de ellas.

 

Las concavidades del oído son el relicario del significado de las cosas. Creo que esta última frase hace justicia a la naturaleza misteriosa y maravillosa del oído. Se nos dice que las concavidades del oído son un relicario. Hay que entender un relicario como el lugar donde se guardan las reliquias, es decir, el significado de las cosas. Las cosas son materia, pero su significado es inmaterial y por ello valen más y son dignas de guardarse en un lugar secreto de nuestro ser.

 

UNA CITA

 

“Deben desaparecer todas las voces y todos los sonidos y debe haber una tranquilidad pura” (Sermón XIX). El silencio para el maestro Eckhart.

Deben desaparecer todas las voces y todos los sonidos. Esta frase del maestro Eckhart expresa todo lo que constituye un obstáculo para el silencio. Las voces son las palabras humanas llenas de angustia, preocupaciones o esperanzas y motivaciones, todo ese conjunto de frenéticas aspiraciones que no dan campo a la tranquilidad. Los sonidos son los ruidos metálicos, el ruido venido de la calle, del mundo circundante, en suma. Todo ello “debe”, es decir, es necesario que desparezca.

 

Y debe haber una tranquilidad pura. Esta frase expresa la recompensa que se adquiere una vez roto el vínculo con el mundo de las voces y los sonidos. Sin sonidos ni voces humanas, nace el ambiente de la tranquilidad que es la superficie en donde el alma fluye y se desliza sin obstáculos.

 

UN POEMA

 

La lectura de Pensar con el oído me lleva este poema de Charles Baudelaire:

 

Correspondencias

 

La naturaleza es un templo donde vivos pilares

dejan salir a veces sus confusas palabras;

por allí pasa el hombre entre bosques de símbolos

que lo observan atentos con familiar mirada.

 

Como muy largos ecos de lejos confundidos

en una tenebrosa y profunda unidad,

vasta como la noche, como la claridad,

perfumes y colores y sones se responden.

 

Hay perfumes tan frescos como carnes de niños,

dulces como el oboe, verdes como praderas,

y hay otros corrompidos, ricos y triunfantes,

 

que la expansión posee de cosas infinitas,

como el ámbar, el benjuí y el incienso,

que cantan los transportes del alma y los sentidos.

* Mauricio Montealegre nació en La Paz, Bolivia, el 15 de marzo de 1992. Estudió la carrera de filosofía en la ciudad de La Paz en la Universidad Mayor de San Andrés. Es aficionado ala poesía y poetas de todos los tiempos y admirador de los pensadores audaces y sinceros. Actualmente está en proceso de defender su tesis de grado que versará sobre los poetas trágicos griegos.

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