top of page
Ilustración_Expreso_Doble.png

Líneas

de fuga

Una mirada heterodoxa a la poesía mexicana más reciente

Ilustraciones: izquierda, "La luna está bailando", de Mikaela Días; derecha, "Mujer haciendo tortillas", de Luz Hernández

Iván García López*

 

 

Ofrecemos aquí la introducción a Líneas de fuga, Muestra de poesía mexicana contemporánea (1960-1989), de próxima aparición en E1 Ediciones. 

I

 

En lo que va de este siglo, se han publicado más de dieciséis antologías y muestras de poesía mexicana contemporánea, además de otras publicaciones en revistas con un propósito similar. Casi una por año, sin contar los cinco anuarios de poesía del Fondo de Cultura Económica, un libro semejante editado por Planeta y otras antologías que cubren periodos más amplios. No sé si esto es necesariamente un signo positivo o una simple cantidad ingente, pero a ello se suma ahora el presente volumen, así que intentaré al menos hacer algo propositivo.

  En líneas generales, lo que se me invitó a hacer fue una selección de “dieciocho poetas nacidos después de 1960, con alguna excepción, más dos ‘homenajeados mayores’”. Aunque el término “homenaje” me resulta incómodo, entiendo que la idea es reponer el trabajo de poetas que se salen de ese marco cronológico y cuya importancia nos gustaría subrayar por distintos motivos, más allá –quiero pensar– de si son valorados en nuestro país o si han influido a los poetas seleccionados.

  Antes que un panorama versátil y equilibrado que informe al lector de la situación poética del país, me he inclinado por reunir algunos poemas que –desde mi juicio falible– para algunos lectores pueden resultar valiosos. Tampoco me ha seducido componer una antología cerrada, como quien cela la calidad de su selección y apuesta por la madurez y el carácter definitivo de sus elecciones. Muy por el contrario, me interesa una muestra abierta, con múltiples líneas de fuga, con vertientes inacabadas, recién inauguradas o insospechadas.

  Después de revisar buena parte de aquella producción antológica, percibí que, a grandes rasgos, la poesía mexicana reciente aún se divide entre una escritura más conservadora, dentro de la filiación hispánica con la que se suele identificar a México en el extranjero, y una escritura diríamos más experimental. Para mi sorpresa, varios de los volúmenes de mayor notoriedad presentan un interés dominante por el primer “tipo” de escritura. Pese a que en las últimas dos o tres décadas se han venido dando cambios importantes (de lecturas, para empezar, que atenúan aquella filiación hispánica y que han derivado en una mirada más abierta), esa línea conservadora sigue captando bastante atención y tiene poder en el escenario cultural.

   Debo decir que no es ese tipo de trabajo el que me interesa compartir, sino las otras líneas que se han ido abriendo. O al menos algunas de ellas, las que no me han parecido artificiales. Justo es decir que este cambio de lecturas (o mejor dicho, esta apertura crítica en muchas otras direcciones) se debe en buena medida a la labor de dos exiliados sudamericanos, los poetas Hugo Gola y Eduardo Milán, que llegaron a México en la década de los setenta.[1]   

Poesía.png

   Varios de los autores que se han incluido aquí no aparecen en ninguna de las muestras y antologías previas. Sin embargo, tampoco es un volumen de “raros”. Hay algunos que tienen muchos premios, residencias en el extranjero, publicaciones, estudios de posgrado, traducciones a varias lenguas, etcétera, y otros que no tienen nada. Me parece fundamental no dejarse llevar por esas coordenadas. He procurado, eso sí, relativizar la importancia de autores que, a fuerza de una promoción persistente (y muy a menudo también de una suma de privilegios sociales), acaban colocándose como figuras indiscutibles del medio literario. Creo que es muy visible cómo funciona ese engranaje y cómo sus miembros acaban acostumbrándose a protagonizar el panorama, a la promoción recíproca entre colegas (tanto nacionales como extranjeros) y a afirmarse como una especie de realidad de la poesía de un momento. De esa inercia, este volumen sí procura distanciarse.

   Por estos mismos motivos, me ha parecido importante intentar abrir o fisurar esa cápsula –siempre cansada– de lo poético, para ver qué más hay afuera. Guardando todas las proporciones, tenemos grandes ejemplos que nos impulsan a tomar esos caminos, como las búsquedas de Hans Prinzhorn y Jean Dubuffet en el arte bruto, las inmersiones de Juan Rulfo en los cronistas novohispanos o las valiosas indagaciones de múltiples etnógrafos. ¿Y si los poetas no están en ese desvelo de la promoción y afirmación, sino sobre todo en los pueblos ruinosos, en los psiquiátricos, en las cárceles y en los mares, en la deriva? ¿Y si hasta ahora no hemos mirado donde hay que mirar? Yo realmente creo que es así y este volumen intenta aventurarse en esas direcciones.[2]

El fin de la conquista.jpeg

II

El apartado de “homenajes” se compone de cantos de la chamana mazateca María Sabina y de algunas páginas del narrador chihuahuense Jesús Gardea. Aunque pude haber elegido “poetas-poetas”, por decirlo así, me pareció adecuado abandonar lo obvio y enrarecer un poco la mirada sobre lo poético.

Entre algunos lectores, académicos y poetas en México, los cantos de María Sabina son incuestionablemente poéticos. Otros aún los ven con recelo y otros más, quizá la mayoría, no los conocen o no los tienen muy presentes.

   Es cierto que algunos escritores han señalado su importancia (por ejemplo, Homero Aridjis dice que María Sabina “fue una de las mejores poetas del siglo veinte en México” y Adolfo Castañón advierte que “sus cantares curativos irrumpieron en la lírica mexicana e hispanoamericana”), pero pareciera que, al menos hoy, esos materiales ocupan un lugar muy vago. Una simple muestra que se me ocurre de todo ello es que la chamana no figura en las amplias antologías de Juan Domingo Argüelles (me refiero tanto a la Antología general de la poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días como a la Antología esencial de la poesía mexicana. Cien poetas de los siglos XV al XXI, editadas en 2012 y 2017 respectivamente), ni en el “tablero de obras y escritores del gusto e interés” de los poetas incluidos en El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora (2002).

   Esta chamana, entonces, abre la presente muestra e irrumpe de nuevo entre los poetas. Quizá ahora estemos mejor dispuestos para admirar su fuerza. Quién sabe qué otros materiales existan en los pueblos. Quién sabe qué más habrá en esos mundos.[3]

   Con respecto al narrador Gardea, seguramente algunos se preguntarán por qué lo he incluido entre los poetas. Pero es que eso es, un poeta. Aunque escribió algunos versos destacados en Canciones para una sola cuerda, lo cierto es que su poesía inigualable está en su prosa. Es la narrativa de un poeta. En realidad no hay nada extraño en todo eso. Recordemos que Kafka, en sus conversaciones con Gustav Janouch, hace referencia a este tipo de narradores. Recordemos también que Gonzalo Rojas, en sus Memorias, dice que “Rulfo es un poeta hasta en el uso de la palabra, y hasta en el murmullo lo es también. Y no escribió ninguna línea para la poesía, no escribió versos, sin embargo. Es un poeta, tanto por el manejo del léxico, como por eso de mirar la realidad a través de la realidad”. En México, Gola precisamente fue uno de los que más insistió en que Rulfo era el gran poeta mexicano, muy por encima de Paz. Hay narradores que tienen una relación más profunda con la poesía que muchos versificadores. ¿Qué diría un lector brasileño acerca de Raduan Nassar, por mencionar a un contemporáneo de Gardea y afín a su escritura? ¿No diría acaso que es un poeta? Lo mismo sucede con Gardea. Y Gola, por cierto, fue uno de sus fervientes difusores.

   Pero hay algo más. Gardea, como María Sabina, no tiene aún la atención debida. Ha comenzado a darse una revaloración de su obra en México, pero sigue sin ser muy leído. Y fuera del país, pese a las traducciones de Mark Shaeffer al inglés, es prácticamente un desconocido. Por ello, también me ha parecido justificada su inclusión.

   Por último, queda decir que poner juntos a estos dos poetas es interesante en sí mismo. El de ambos es un mundo rural, campesino, aunque lejos de una inclinación regionalista o folclórica. A Gardea, además, no le era indiferente el chamanismo y el poder curativo del lenguaje, incluso dio alguna conferencia sobre ello. El cristianismo está latente en las dos visiones. Al leerlas en conjunto, de pronto parecen saltar ecos, voces, tonos de lo mismo. Con Gardea y Sabina no estamos ante literatos. La vertiente indígena y las exploraciones más radicales quedan extraordinariamente entrecruzadas.

[Celia Reyes]


El olor de las ciruelas, tan diurnas, se aconsejan en tus manos, Celia Reyes, como un montón de desempeños que son todos esos vacíos de las ramas, y donde tú, abuela, entre esos algarrobos y las líneas largas que se conmueven sobre estrelladas nubes, tienes la piel del agua azul como respuesta al río, que se va al nado, sobre florecillas culebras que tienen los tallos al tacto de los charcos.

(Fragmento de la novela Pedra branca)

 

ROBERTO BERNAL

 

III

Con esa antesala llegamos a la muestra de los poetas más recientes. Debo decir que temía por el primero que tuviera que salir después de Sabina y Gardea, pero luego todo eso se disipó. Inesperadamente, di con el adecuado: Extava P’in, un milpero y rezador tzeltal que murió en 1996, es quien formalmente abre la muestra. No sabemos cuándo nació, pero según me informó su traductor, el antropólogo Pedro Pitarch, debía tener unos cincuenta años cuando lo conoció en los Altos de Chiapas a principios de los noventa. Es una de las excepciones que propongo al punto de partida cronológico dado por los editores.

   Su “texto-medicamento” es una especie de extrusión de ese mismo mundo rural y campesino comentado atrás. Para mí, este texto curativo es el que mejor se conecta con las páginas previas y nos deja la esperanza de que exista mucho más en los pueblos. Y de hecho lo hay. Hace unos meses, el Laboratorio Nacional de Materiales Orales de la UNAM (Lanmo) publicó en Facebook un pasaje inquietante:

El religión de catolicismo lo pusieron una cruz para defender de los males que antes había, porque más antes aquí poco gente pasaba. Decía que aquí andaba mucho el demonio altecido. Yo me acuerdo que aquí hacíamos fiesta y venía gente de Janitzio. Los llevaba mismo diablo, encanto o algo así. Los llevaba a otras partes, en el lago. Algunos andaban medio borrachos y los llevaba en el lago. Se metían y algunos se regresaban. Por eso aquí mucha gente no venía porque tenían miedo, tenían miedo.

Qué lenguaje: “el demonio altecido”… Voces así admiraba Rulfo. Voces así lo alimentaban. Voces que han sido soterradas y ninguneadas, aún hoy, porque provienen de la pobreza rural y porque no se ajustan a la norma, como si esto realmente constituyera un argumento. Solicité el relato completo al Lanmo para incluirlo en este volumen, pero no fue posible conseguirlo; por ahora, sólo sé que el autor es Bonifacio de la Cruz y que forma parte de un libro de relatos recopilado en Tecuena, Michoacán, próximo a editarse por el mismo laboratorio. Hay en todo esto una vertiente casi ignorada y a menudo desdeñada por un prejuicio negativo, según el cual lo rural es un lastre sucio e ignorante. Para peor, cuando alguien la valora, suele hacerlo desde otro prejuicio, esta vez positivo, donde el campesino o indígena no es más que una especie de reserva de inocencia y pureza del mundo. Urge superar estos prejuicios para ir más allá y establecer un vínculo con el campo antropológico.

  Como puede verse ya, este volumen no es una celebración de la poesía mexicana reciente, más bien se inclina por algunas expectativas y un trabajo por hacer.

   Con respecto a los poetas posteriores, esta línea no se desdibuja. Por ejemplo, podemos ver una conexión con Guillermo Arreola y Roberto Bernal, dos narradores para los que los pueblos y la palabra poética son muy importantes. Bernal, además, es un cocinero nacido en un pueblo al sureste del país y mucho de la atmósfera de su escritura se alimenta de su vida campesina (aunque también de diversas narrativas radicales de Occidente). No es coincidencia que él mismo haya organizado un libro de entrevistas a Gardea que está por editarse en México. De sus escritos incluidos en esta muestra, el primero lo envié hace varios años para su publicación en la revista El poeta y su trabajo, que dirigía precisamente Gola, quien entre otras cosas señaló en su momento: “Publicar este relato en la revista no me parece un desvío de nuestra fidelidad al poema; más bien corrobora una acendrada convicción: la poesía no sólo aparece en el verso. Cuando el lenguaje es utilizado como en este caso, es porque la poesía respira en sus líneas, sostiene el movimiento de la prosa y en casi nada difiere del poema propiamente dicho.”

   Las propuestas de este volumen se mueven en varias direcciones, pero todas, me parece, abrevan en un diálogo con la tradición y en la exploración formal. En varios casos, además, sobresale un tono menor, una purga de aspectos ampulosos o grandilocuentes en beneficio de una expresión más sencilla y vigorosa. Esto me parece muy importante, porque no se ha practicado mucho en la poesía mexicana más registrada. Se ha desarrollado bastante y de manera clara, por ejemplo, en Italia y Portugal, pero en México es, por decir lo menos, poco común. Un ejemplo de ello podemos verlo en el trabajo de Jorge Tenorio (artista plástico como Arreola), que no sólo mantiene una relación con el haiku, sino también, a mi parecer, con Los treinta y tres nombres de Dios, de Marguerite Yourcenar, un libro tan desconcertante como hermoso.

IV

 

En los años recientes hay una demanda muy presente por atender materiales indígenas, sobre todo de autores más jóvenes. Sin duda es benéfico, pero llevará tiempo internarnos e intentar discernir qué sucede en todo ello.

Está de moda, con todo lo que eso implica (confusión, oportunismo, condescendencia, etcétera). He revisado varios materiales, pero me parece que su valoración actual depende mucho de aquel prejuicio positivo señalado anteriormente. De nuevo, mi interés va por otro lado.

   Por recomendación de la lingüista ayuujk Yásnaya Aguilar, busqué el libro Conjuros y ebriedades, coordinado por Ámbar Past y en el que se recogen diversos textos y dibujos de mujeres tzotziles. No fue nada fácil encontrarlo, pero afortunadamente Yaxkin Melchy, uno de los autores incluidos en la presente muestra, tenía un ejemplar. La sorpresa fue mayúscula: algunos trazos y versos definitivamente tenían que ser considerados. En el caso del primer material, me he tomado la libertad de traducirlo de la edición en inglés, aunque sin olvidarme de cotejar con la traducción castellana. Mientras copiaba algunos de esos trabajos (al igual que los de Extava P’in y María Sabina) percibí alguna proximidad con la voz de Henri Michaux, que no era indiferente a ese tipo de producciones.[4] Quizá la vinculación con ese poeta y dibujante no sea tan precaria, si consideramos además estos versos de Manwela Kokoroch, curandera y comadrona de Laguna Petej: “Hermano Mayor de la Escritura, / Hermano Mayor del Dibujo: // Que viva mi animal / muchos años más / en las páginas del Libro, en sus letras, / sus dibujos” (no sobra decir que, para ellas, dibujar es escribir, lo cual justifica aún más la inclusión de sus trazos en este libro). Asimismo, si recordamos las aficiones musicales de Michaux, como refiere Juan Manuel Bonet, el puente se hace más fuerte: “Músicas de Michaux, descritas por algunos de quienes tuvieron la suerte de ser convocados a escucharlas. Músicas rituales, repetitivas, producidas con instrumentos primitivos. Músicas de alguien que dialogó con compositores como Pierre Boulez, Mauricio Kagel, Witold Lutoslawski, Giascinto Scelsi, Édgard Varèse… Músicas, por desgracia jamás grabadas.” De nuevo, convergen las vertientes indígenas y experimentales. Me parece que ahora sí estamos mirando en las líneas indígenas adecuadas.

Madre de la Noche

Madre de la Noche – no sé.
Madre del Maíz – no sé.
Madre del Viento – no conozco.
Madre-Mes – no sé.
Madre-Pecho – no sé.
Madre del Granizo – más o menos.
Madre de la Niebla – no sé.
Piedra de Mujer – no sé.
Madre de la Tierra – no sé.
Madre del Agua – no sé.
Madre de la Leña – no sé.
No sé nada de estas cosas.
Mi padre murió y nunca
me dijo nada de esto.

XALIK GUZMÁN BAKBOLOM

   No pude averiguar los años de nacimiento de estas mujeres tzotziles, pero Conjuros y ebriedades se editó apenas en 1997 y es en realidad poco conocido en México. Si acaso no entran en el encuadre cronológico, considérelo el lector otra excepción. Otro tanto sucede con la problemática que vincula autoría y tradición oral o mnemónica. ¿Son ellas las autoras o lo es la comunidad a la que pertenecen? Ya habrá tiempo y espacio de dirimir esas cuestiones, por ahora lo que urge es no seguir desconociendo esos materiales. Ni lo de Extava P’in ni lo de estas mujeres se halla, que yo sepa, en ninguna antología.

   Junto con “lo indígena”, hay cierto ímpetu o demanda por atender en la poesía el feminismo y la homosexualidad. Este volumen mira las cosas desde otro punto. Como ya ha señalado Marjorie Perloff, las políticas identitarias han ido tomando el control de lo poético, pero con escasa fortuna. No importa tanto lo que escribas, sino quién eres, qué demanda representas. El resultado, como dice Perloff, es que la mayoría de la gente simplemente ignora la poesía. Pero la poesía –su extrañeza, su carácter imprevisible, su historia, el largo camino que recorre hasta la palabra– es justo lo que no se puede ignorar. De ahí que los materiales elegidos aquí vayan en otra dirección, una más afín al misterio, la germinación y la emergencia de la poesía.

   Otro tanto sucede con la narcoviolencia y la desigualdad social. Lo que queda en segundo plano es la poesía, como si fuera apenas un vehículo de combate. Conviene recordar las palabras del brasileño Paulo Leminski:

Muy pronto percibí que la poesía no cambia ni mierda de lo real histórico. Quien quiere hacer de la poesía una bandera de guerra o tribuna, se equivocó de profesión y eligió mal el instrumento. No digo que la poesía no pueda brotar de lo político o social más explícito. Puede. Y hasta diría que debe, en un país como éste. Pero que salte al modo específico de la poesía, en el ser del lenguaje. Quieren trasladar la gravedad de los temas que abordan (el obrero, la miseria, el hambre, la desgracia) a su poesía. […] ¿Qué quedó de la inmensa literatura y poesía abolicionista y republicana que se ocupó de Brasil al final del Imperio? La poesía habla una lengua. La historia, otra […]. Quien pretende que la poesía sirva para algo no ama la poesía. Ama otra cosa […]. La poesía, para mí, tiene que ser alegría y esperanza. El puro júbilo del objeto, esplendor del aquí y ahora. O el silbo de una canción que acompaña nuestro camino en el viaje a la Utopía.

El interés de esta muestra no pretende excluir “lo político o social más explícito”, pero en definitiva busca interrogarse, a través de sus elecciones, por ese salto al modo específico de la poesía del que habla Leminski y en el que el poema va movilizando un material tan heterogéneo en torno a sí, tal como lo hace el imán con las limaduras de hierro (como refiere Gola en algún apunte). Esto nos lleva a pensar en los modos misteriosos en que surge un poema:

El poeta no hace que en la poesía ocurra lo que él quiere. No se trata de voluntad ni de buena voluntad. El poeta no manda en su propia casa. Tampoco está en nuestro poder hacer que la realidad entre en el ensueño, o el día en la noche. No basta con observar caballos de día para soñarlos de noche, infaliblemente; no basta proponerse soñarlos para que acudan. No hay un medio seguro de provocar la aparición de seres en el sueño. No bastan la voluntad ni la inteligencia.

El pasaje pertenece a una “comunicación” que dictó Michaux en Buenos Aires en el año 36 y va en la misma línea que Leminski. Los modos del poema son misteriosos, soberanos. Al menos es así como percibo este fenómeno, sobre todo en relación con el trabajo reciente. Es el poema y no el poeta el que convoca, parsimoniosa o aceleradamente, sus fuerzas. Es imposible que se le arrebate su propio acontecimiento. Considero que, salvo excepciones, aún debemos seguir esperando a que aparezcan algunos poemas “políticos” que recorran el camino descrito por Leminski y Michaux.[5]

   Mi lectura de este punto, en buena medida y como ya es palpable, está asociada al magisterio de Gola, que a su vez proviene, por lo menos en parte, de un entramado histórico de la poesía de su país que podría sintetizarse en una frase de Gaston Bachelard (emblemática de un cierto momento argentino): “La poesía tiene una felicidad que le es propia.” Esa felicidad, ese júbilo es lo que he intentado rastrear al leer la poesía mexicana reciente, antes que otros fines –por más loables y urgentes que resulten. Como muestra singular, para mí, está La marcha hacia ninguna parte, de Tania Favela. No oculto que, de todos los libros que se han publicado en estos años, es mi preferido.

    ¿Cuántas mujeres están incluidas? ¿Cuántos hombres? ¿Cuántos indígenas? ¿Cuántos homosexuales? ¿Cuántos de provincia? Nada más lejos de este libro que un criterio de cuota. Creo que la poesía no se ajusta a esos equilibrios numéricos. Aunque quizá me equivoque, la percibo como algo más irregular. Pude haberme ido por la vía fácil y satisfacer la cuota: diez mujeres y diez hombres, incluyendo a algunos indígenas y afrodescendientes, en fin, echar las campanas al vuelo de la igualdad. Pero, de nuevo, ¿dónde quedaría la poesía? ¿Con cuántos poemas quedaría ella representada? ¿O podría escurrirme diciendo que la poesía es justamente esa igualdad conquistada? He preferido investigar, recorrer esa irregularidad y ofrecer algunas elecciones, guardando una distancia prudente de distintas capturas –la experimental, la de filiación hispánica y aquellas ligadas a las políticas identitarias.

   Por último, en la actual poesía mexicana, hay una línea humorística muy reconocible –que acaso tenga sus orígenes en El pobrecito señor X. La Oruga, de Ricardo Castillo y, con mayor razón, en Nicanor Parra–, donde se relaja la solemnidad que ha acompañado históricamente a la producción del país, pero me parece que no ha terminado de mostrar sus virtudes. Al menos en mis búsquedas, no encontré un trabajo radical, inteligente, que desborde esa especie de acuerdo entre un autor chistoso y una audiencia condescendiente. Me limito a manifestar que existe y que su presencia es fuerte.

V

Exploración formal, diálogo con la tradición, mirada abierta a otras tradiciones, revisión de materiales indígenas y tono menor son las líneas principales que articulan esta reunión de poemas, que no se asume como algo cerrado: al contrario, debe de haber mucho más en las fisuras del centro, en las orillas, especialmente, repito, en los pueblos, en los mares, en las cárceles y en los hospitales.[6] Y todo ello no hay que esperar encontrarlo, necesariamente, en forma de palabra. Como señala Heriberto Yépez, “probablemente el tercer milenio tenga que evolucionar a formas del lenguaje alejadas de la palabra, anteriores a la palabra”. La aproximación intuitiva que me ha llevado a buscar materiales tiene mucha afinidad con las líneas de Yépez en torno al “Decir”, que se incluyen en este volumen y que algún eco tienen de las “99 tesis” de Michael McClure.

   Falta mucho por hacer y explorar. Espero que, por lo pronto, el lector encuentre vida y verdad en algunos de estos trabajos. Por último, quiero agradecer a Nayeli M. López y a Antonio Bohórques por haberme ayudado a capturar un par de escritos, así como a Juan Alcántara, Yásnaya Aguilar y Enrique Flores por las conversaciones. Agradezco también a los autores, que generosamente abrieron mi marco de lecturas con sus sugerencias. En un principio, invité a Alcántara a hacer juntos este libro, pero en cierto momento, y por razones ajenas al desacuerdo, tuve que desarrollarlo de manera individual. Algo queda, sin embargo, de sus propuestas y perspectivas.

Diciembre de 2018

 

* IVÁN GARCÍA (Oaxaca, 1982). Doctor en Letras por la UNAM. Ha formado parte del consejo editorial de las revistas El poeta y su trabajo, Periódico de Poesía de la unam y Sibila. Ha traducido a Milo De Angelis, Peter Pál Pelbart y Forugh Farrojzad, entre otros. Recientemente publicó El canto del castaño. Problemas de traducción de un canto chamánico (UNAM, 2020), con ensayos de Antonio Risério y Álvaro Faleiros. Con Patricia Gola, preparó un volumen de reflexiones de Guennadi Aigui. Fue residente en la Casa de Traductores Looren de Suiza y becario del Programa de Residencias Artísticas en el Extranjero.

 

 

[1] Para el lector interesado, con respecto a Gola recomiendo su revista Poesía y Poética (elogiada y defendida vivamente por Haroldo de Campos, William Rowe, Robert Creeley y muchos más), así como la colección de libros del mismo nombre. En cuanto a Milán, abunda su reflexión en revistas, periódicos y libros de ensayo. Por ejemplo, destaca su columna publicada en los años ochenta en la revista Vuelta, donde dio noticia de las poéticas más audaces del exterior (recuerdo que, entre otros, introdujo nada menos que a Héctor Viel Temperley cuando en la propia Argentina no era una referencia) y a menudo las ofreció como contrapunto a la producción nacional de la época. Aun cuando los proyectos de ambos tienen aspectos que conviene discutir a futuro, se trata de aportes sumamente relevantes. Para no extenderme más, no abordaré la radicalidad de sus obras poéticas, ni la extensa labor docente y de traducción que realizaron, pero también poseen gran valor.

[2] Pensemos, por ejemplo, en los cantares levantiscos, los conjuros y oraciones de marineros del siglo XVI; una “lírica náutica”, como refiere el académico mexicano Enrique Flores, compuesta en lingua franca: “Padri di noi, ki star in syelo, noi volir ki no mi di ti star saluti. Noi volir ki il paisi di ti star kon noi, y ki ti lasar ki tuto il populo di ti na tera, syemi ki nel syelo”. O bien, en una “fórmula mágica rusa, llena de palabras crípticas imaginarias, y cantada para la protección de las sirenas”, recogida por Jakobson y repuesta por Flores en un estudio: “Au au / syvda vnoza / kalandi indi / okutomi mi / sixarda kavda / mitta minogam / jakutasma bitas / muffan zidima”. ¿No es claro que estamos aquí ante la poesía? ¿Será que actualmente no hay nada parecido?

[3]  Al igual que en otros materiales “indígenas” (término problemático como tantos otros, pero que lo pronto nos sirve para trabajar), en el caso de María Sabina no contamos con los originales en mazateco, por lo cual se ha optado por publicar únicamente las versiones en español.

[4]  Él mismo tiene estos versos afines a Sabina: “Soy el que tiembla / Soy el que rompe / El que se desliza, el que trepa. / Soy el que entrega /…/ Soy el viento en el viento.” Por supuesto, estos parecidos por encima de tiempos y lugares también nos hacen recordar una canción de guerra de los celtas precristianos, la “Canción de Amergin”, y “La batalla de los árboles”, compuesta por Taliesin, el poeta galés del siglo vi.

[5]  Hay poemas más explícitamente políticos, como algunos de Hugo García Manríquez (que son críticos tanto de la poesía comprometida como de la poesía “bonita”, “inspirada” o “musical”), incluidos aquí por la radicalidad que claramente comportan. Por otro lado, cuando este libro ya estaba a un paso de la imprenta, se publicó “Dolmen” de Jorge Esquinca. No sólo me gustó mucho (por su ritmo, por su mundo, con los guiños a Inanna, a la mirada primitivista de Herzog y, desde luego, a Michaux, del que Esquinca ha sido un notable traductor), sino que me pareció indispensable añadirlo a esta selección, pues encaja en las búsquedas generales que se han realizado aquí y responde, de alguna forma, a nuestra espera de poemas “políticos” o que involucren en su trama más oscura e íntima las problemáticas sociales. Como dice el autor en su nota: “Nunca como ahora nos había tocado ver en México tanta desolación y muerte. Fosas sin nombre, túmulos de la infamia. Una noche que se prolonga y pareciera instalar su señorío. El poema alude también a esta incontestable, dolorosa realidad”. Esto último es una de las hebras del poema, y a mi parecer ha sido tratada en su hondura. Ya que el autor nació en 1957, deberá considerarse como otra excepción, junto a Extava P’in. La generación de los cincuenta presenta problemáticas y escrituras que aquí no han sido abordadas, pero ha producido materiales importantes como Giros de faros (Alberto Blanco), Tierra nativa (José Luis Rivas) y la obra general de Coral Bracho, entre otros.

[6] Es una pena que no haya podido incluir un par de diarios de pacientes psiquiátricos, pero fue imposible sortear distintos obstáculos. Lo mismo sucedió con algunos cantos de pesca del pueblo seri. Me habría gustado, además, revisar los materiales de los mascogos (la comunidad de afrodescendientes que llegó a mediados del siglo XIX y se asentó desde entonces en Coahuila), pero tampoco fue posible en esta ocasión. Asimismo, no se pudo incluir a otra autora indígena joven, pues finalmente no envió su material.

bottom of page