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el contrapunto de la caducidad humana

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En la época de Bach, nos recuerda Angelo Medina Lafuente, la muerte fue un familiar más, visitaba cualquier casa, la habitaba, también rondaba por los mercados, se recreaba en los juegos con los niños, aguardaba en la fila, detrás del que compraba pan. 

Angelo Medina Lafuente*

 

Donde está ausente el sentido, la música puede realizar su parte.

FRIEDRICH VON LOGAU (1605-1655)

A Johann Sebastian Bach le precedía una época marcada por el miedo a la inestabilidad. Acabada la Guerra de los Treinta Años, la firma de la Paz de Westfalia no fue garantía de seguridad, el entorno estaba quebrantado. Había un miedo real, no supersticioso. Miedo a la muerte como a la vida, la situación humana mellada por las enfermedades, las epidemias, las hambrunas. El que se mantenía con vida, sentía que había sido abandonado por Dios.

   La peste tuvo una cifra igual o mayor de muertes a las que había dejado la guerra.

   Andreas Gryphius: “Allí donde miramos / muerte, epidemia y fuego al corazón traspasan”. La música de Bach fue heredera de una fisura, una fragilidad que se convirtió sonora. El compositor Johann Vierdanck, nacido en 1605 cerca de Dresde, discípulo de Heinrich Schütz y que ocupó el puesto de organista en Stralsund desde 1635 hasta su muerte en 1646, mencionó en Geistliche Concerten (1643): “no se oye otra cosa que lloros y lamentos”, refiriéndose a los alcances de la guerra.

   El poeta alemán Angelus Silesius, durante su infancia y juventud, vio lo que dejaron la guerra y la paz: invasiones, pillajes, enfermedades. En El peregrino querúbico, anotó: “La muerte es un bien. Si un perro infernal pudiera tenerla, / al instante, aun en vida, se dejaría sepultar”. En septiembre de 1668, el poeta vivía en absoluta pobreza en el convento de san Matías de Breslau, dado al ayuno y a las prácticas ascéticas. Después de una prolongada y grave enfermedad, murió el 9 de julio de 1677.

   La paz tiene sus particulares desgracias.

   “¿Qué somos, pues, los hombres? Morada triste de dolores”, escribió el poeta melancólico Gryphius. A muy temprana edad, Bach tuvo que lidiar con la tristeza y con la aflicción por ser consciente de la caducidad humana.

 

EL TIEMPO QUE NOS QUEDA

Se aprende a morir pensando en la muerte. Es en el transcurso de la vida humana cuando hay que pensar en la muerte, no cuando está cerca ni en el momento mismo. Martin Lutero mencionó que la vida es esencialmente una preparación para la muerte.

   Fue a la edad de seis años cuando Bach tuvo su primer cruce con la muerte, al asistir al entierro de su hermano Johann Balthasar, que murió con dieciocho años en 1691. Situación que sería frecuente. Los padres de Bach ya habían sufrido la pérdida de su primogénito Johann Rudolf, que había muerto antes de llegar al medio año de edad en 1670. Su hermano Johann Jonas murió en 1685, apenas dos meses antes del nacimiento de Johann Sebastian. Al año siguiente falleció su hermana Johanna Juditha con seis años. En 1692 el sobrino de Ambrosius Bach –padre de Johann Sebastian–, Johann Jacob, que había permanecido en la casa de Ambrosius casi diez años, murió por causa desconocida; la segunda muerte que Bach presenció en el período de un año. Johann Jacob se trasladó a Eisenach porque huía de la peste que azotó Erfurt entre 1682 y 1683, que redujo la población de la ciudad a casi la mitad. Dos primos de Ambrosius, Johann Christian (1640-1682) y Johann Nicolaus (1653-1682), murieron por la peste. El organista Johann Pachelbel, amigo de Ambrosius, maestro de Johann Christoph, hermano mayor de Bach, perdió a su esposa Barbara Gabler en septiembre de 1683, y a su hijo, a causa de la peste.

“¿Acaso es la vida la vigilia para la muerte?”, se pregunta Philippe Ariés en su libro El hombre ante la muerte. Cuenta la anécdota que la tradición jesuita la atribuye a san Luis Gonzaga. Mientras el joven santo jugaba un día a la pelota, le preguntaron qué haría si supiera que tendría que morir, a lo que respondió que continuaría jugando a la pelota.

Plegaria por el tiempo necesario. La muerte repentina y sin preparación.

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Pachelbel publicó Musicalische Sterbens-Gedancken, “Pensamientos musicales sobre la muerte”, que son variaciones corales dedicadas a mermar la zozobra por la pérdida de su esposa e hijo. Alle Menschen müssen sterben, “Todas las personas tienen que morir”, coral con ocho variaciones en Re mayor, menciona en su texto: “Toda la carne pasa como heno, lo que allí vive, debe estropearse para volver a ser nuevo”. Was Gott tut, das ist wohlgetan, “Lo que Dios hace está bien hecho”, texto que Pachelbel tomó del poeta alemán Samuel Rodigast, escrito en 1675, el “dulce consuelo”, se lee en el texto, que llena el corazón, confiando en que el sufrimiento y el dolor se irán alejando. Las variaciones corales de Pachelbel no están ceñidas al duelo, sino a la consolatio, a la esperanza, contienen música de resignación piadosa, o confianza piadosa. Lutero en sus Charlas de sobremesa, decía que la tristeza procede de Satanás, aquello que suene a tristeza y a muerte es diabólico, por tanto, hay que estar alegres y tener confianza; aunque tengamos que sufrir calamidades, estará el consuelo y la paciencia.

   Las variaciones corales de Pachelbel son esperanzas en vigilia. Música que refleja el dolor del otro en nuestro rostro.

   1694. Bach con nueve años sufrió la muerte de su madre Elisabeth Lämmerhirt; se desconoce la causa de su fallecimiento. Ambrosius quedó muy afectado, su mujer le había acompañado por veintiséis años. Un año antes, Ambrosius había enterrado a su hermano mellizo Johann Christoph.

   “Invitamos a morir montando buena guardia, como si debiésemos morirnos al instante”, anotó el místico alemán Heinrich Suso.

   Ambrosius, afligido, buscaba estabilidad para su familia, se casó con Barbara Margaretha, viuda de su primo Johann Günther Bach; la boda se celebró en Eisenach el 27 de noviembre de 1694, en la casa de Ambrosius, como era habitual en la época para los segundos matrimonios.

   “¿Acaso es la vida la vigilia para la muerte?”, se pregunta Philippe Ariés en su libro El hombre ante la muerte. Cuenta la anécdota que la tradición jesuita la atribuye a san Luis Gonzaga. Mientras el joven santo jugaba un día a la pelota, le preguntaron qué haría si supiera que tendría que morir, a lo que respondió que continuaría jugando a la pelota.

Plegaria por el tiempo necesario. La muerte repentina y sin preparación.

   Ambrosius murió el 20 de febrero de 1695, dos días antes de cumplir cincuenta años. Habían transcurrido doce semanas y media desde su matrimonio. En pocos meses se deshizo el entorno familiar de Bach. La viuda Margaretha Bach regresó con sus dos hijas a casa de sus padres en Arnstadt, no se sabrá nada más de ella. La hermana de Bach, Marie Salome, de ocho años, se va con los familiares de su madre a Erfurt. El joven Bach, junto a su hermano Johann Jacob, se reunirá con su hermano mayor Johann Christoph en Ohrdurf. La casa en Eisenach, en la que había crecido Bach, se vendió.

 

NACER ES EMPEZAR A MORIR

Doce años después de que Bach quedó huérfano, compone Actus tragicus, o Gottes Zeit ist die allerbeste Zeit (BWV 106), “El tiempo de Dios es el mejor de todos los tiempos”, con veintidós años, una obra fúnebre. Bach supo encontrar y guardar en el relicario de la música la consolatio. Sufrir la muerte de los demás, tener en cuenta la de uno mismo.

   Actus tragicus es música para hacerle frente al dolor, apaciguar el miedo a la muerte. Dos flautas de pico, un órgano y dos violas da gamba, conforman la instrumentación. Con los veinte primeros compases de la sonatina, sentimos cobijo; en el último compás hay un calderón, más que un suspiro contenido expresa el silencio del corazón.

   Mors certa, hora incerta.

   Quizá Actus tragicus es, de alguna forma, la prolongada vibración por el dolor que aún permanecía en Bach. Lo que es seguro es que la muerte será una preocupación aún más frecuente para Bach, y con el que tendrá asiduos encuentros. Aflicción que tiene que soportar una y otra vez.

   Bach había iniciado una relación con Maria Barbara, la hija del primo de su padre Michael Bach; ambos estaban dispuestos a casarse. La boda se celebró el 17 de octubre de 1707 en la iglesia de la villa de Dornheim. Tuvieron siete hijos, únicamente tres sobrevivieron. La mortalidad infantil era casi de cincuenta por ciento por aquel entonces. El primer hijo que Bach y Maria Barbara vieron morir fue a Johann Christoph en 1713, al poco de nacer, y el mismo año, falleció su melliza Maria Sophia; en tan sólo pocas semanas murieron dos hijos. El único hijo que nació en Cöthen fue Leopold Augustus, quien falleció antes de cumplir un año en septiembre de 1719.

   El acontecimiento más trágico para Bach se dio al año siguiente. Él se encontraba en Carlsbad; Maria Barbara con treinta y seis años y trece años de matrimonio con el compositor, murió repentinamente. Bach llega a Cöthen, la ciudad donde residía su familia, cuando ya habían pasado varios días de la muerte de Maria Barbara. El entierro fue el 7 de julio. La casa quedó desamparada, la aflicción de la familia fue inmensa. La casa y los cuatro hijos quedaron al cuidado de Friedelena, hermana mayor de Maria Barbara, que convivía con ellos hace más de una década, y con la ayuda de una criada llamada Anna Elisabeth.

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La música de Bach es el contrapunto de una plegaria, que no reclama, que se prolonga como una escala, una estructura construida por una mente y un espíritu que sufre. Música y silencio que nos consuelan, nos amparan del reloj de engranajes desgastados que cargamos.

Pasaron cuatro meses de la muerte de Maria Barbara, Bach viajó a Hamburg, donde el puesto de organista en la iglesia de san Jacobo había quedado vacante. Allí le escuchó a Bach el viejo maestro Johann Adam Reincken, de noventa y siete años, que según la anécdota le dijo a Bach, después de escucharle tocar el órgano, que “creía que este arte había fenecido, pero veo que todavía vive en ti”. No se conoce la fecha exacta del recital de Bach, pero pudo haber sido el sábado 16 de noviembre de 1720, y quizá haya estrenado en esa ocasión la cantata Ich hatte viel Bekümmernis in meinem Herzen (BWV 21), una obra que data de 1714 cuando Bach vivía en Weimar; el texto dice: “Tenía gran pesadumbre en mi corazón, pero mi alma se edifica con tu consuelo”. La hendidura por la muerte de su esposa aún era tangible.

El 22 de febrero de 1721 falleció en Ohrdurf su hermano mayor Johann Christoph, es posible que Bach haya asistido al funeral. Christoph cumplió un papel decisivo en la formación de Bach. El organista de Ohrdurf estudió con Pachelbel, y mediante un cuaderno de ejercicios escrito en tablatura alemana para teclado, Bach conoció las obras de Johann Jacob Froberger, Johann Caspar Kerll, Johann Krieger y otros. La estrecha relación de Bach y su hermano se mantuvo hasta la muerte de Christoph. Al año siguiente, supo de la muerte de su hermano Johann Jacob en Estocolmo, donde era músico de la corte real de Suecia. Bach sobrevivió con un buen margen a sus siete hermanos; su hermana Marie Salome murió en 1728 en Erfurt, a los cincuenta y un años.

   Pasó cerca de un año y medio después de la muerte de Maria Barbara, para que Bach se casara con la cantante Anna Magdalena Wilcke; celebraron una boda opulenta, el 3 de diciembre en Cöthen. Del matrimonio nacieron trece hijos, pero sólo seis llegaron a una edad adulta. Christina Sophia, la primera hija, nació en 1723, de constitución enfermiza, murió en 1726, meses antes de que Bach compusiera la cantata BWV 27, el texto expresa: “¿Quién sabe cuán cerca está mi final? El tiempo pasa, la muerte se acerca”.

   El último hijo que Bach enterró fue a Johann Gottfried Bernhard, del matrimonio con Maria Barbara, el hijo que más afligió a Bach. Se desentendía de sus puestos de organista, sin ningún aviso, contraía serias deudas, de las cuales su padre tenía que pagar. Se conserva de Bach una carta muy emotiva a las autoridades, refiriéndose a su hijo: “Debo sobrellevar mi cruz con paciencia, y confiar a mi indisciplinado hijo sólo la misericordia de Dios, pues no dudo que Él oirá mis afligidas súplicas”. Murió en Jena, consumido por la fiebre el 27 de mayo de 1739 a la edad de veinticuatro años.

 

ARS MORIENDI MUSICALI

Reflexionar sobre la vulnerabilidad humana es el centro de muchas cantatas de Bach. Somos afectados por la desesperanza, la aflicción, el desconsuelo, el dolor y el llanto, y la intención del Cantor de Santo Tomás es ofrecernos una porción de alivio, consuelo, para resistir a nuestra frágil condición.

   En la cantata Ach wie flüchtig, ach wie nichtig, “Ah, cuán fugaz y cuán efímera” (BWV 26), escrita en Leipzig, y estrenada el 19 de noviembre de 1724, Bach se basa en una melodía del compositor alemán Johann Crüger, “una meditación sobre la fugacidad de la vida humana y todos los bienes terrenales”. En el coro inicial, comienza con una corchea y silencio, que lo repite, y siguen ocho semicorcheas, motivo que representa el tránsito corto y rápido de la vida humana; las escalas son ágiles, el texto expresa: “Como una niebla pronto surge, y también pronto se desvanece, así es nuestra vida, ¡fijaos!”, texto tomado de Michael Franck. En el segundo movimiento, un aria para tenor, Bach describe la situación humana como el agua que cae de una cascada, “el tiempo pasa, las horas se apresuran, como repentinamente se dividen las gotas cuando caen en el abismo”. La flauta traversa acompañada del violín, con escalas de semicorcheas marcan el paso de los días. Todo acaba en la tumba, las cosas se desgastan, la alegría no es continua, caemos.

   El tiempo, la muerte, conjeturan al ser humano, la incertidumbre por el transcurso corto o largo de nuestra vida. El tiempo y la muerte que pareciera que van por caminos separados, acaban por encontrarse, de forma rápida y fugaz, como expresa el diálogo del primer movimiento de la cantata Wer weiß, wie nahe mir mein Ende? “¿Quién sabe cuán cerca está mi final?” (BWV 27), un cortejo fúnebre, grave, como el repique de campanas, que en tiempos de Bach representaba la muerte del alma. La pesadez de la instrumentación, da cuenta de que conjeturar la finitud es penoso.
 

 

El aria para alto, acompañada por el oboe da caccia, señala la preparación para la muerte, se le da la bienvenida, se la espera en el lecho, la alegría de las corcheas y semicorcheas del oboe da caccia nos acogen sin resignación en la tumba, dejando los sufrimientos. Sólo pensando en la muerte aprendemos a morir, de ahí que sea el centro de la situación humana.

   La música de Bach es el contrapunto de una plegaria, que no reclama, que se prolonga como una escala, una estructura construida por una mente y un espíritu que sufre. Música y silencio que nos consuelan, nos amparan del reloj de engranajes desgastados que cargamos.

En la época de Bach, la muerte fue un familiar más, visitaba cualquier casa, la habitaba, también rondaba por los mercados, se recreaba en los juegos con los niños, aguardaba en la fila, detrás del que compraba pan.

   La experiencia cotidiana asediada por la guadaña.

En las obras más sentidas del Cantor de Santo Tomás están los retazos de la vida humana, jamás completos porque la vida humana no es plenitud. La música de Bach apuntala la condición humana.

Angelo Medina Lafuente (Bolivia, 1991), músico y escritor. Egresado de la carrera de filosofía de la Universidad Mayor de San Andrés. Asistió a talleres y cursos sobre historia del arte. Además, es intérprete de guitarra clásica, siendo Marcos Puña su principal maestro, y complementaron a su formación diferentes maestros de renombre internacional en diversas clases magistrales; obtuvo algunos premios nacionales en interpretación.
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