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el libro de

los caballitos

 
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En la obra de Meiller somos testigos de transiciones humanas que van de la candidez a la crudeza de la realidad. Como sucede con la transformación de los niños en apariencia nobles a adultos nebulosos. Sugiriendo la pregunta, ¿qué sucede cuando las leyes de la naturaleza van en contra de lo que implican?

Stefanie Naoun

Valeria Meiller (1985), poeta argentina, es la personificación de la energía cinética, definida por las leyes de la física como la energía que un objeto en movimiento posee. Un ser locuaz con la capacidad de irradiar luz, una infinidad de fotones. Su mente es un lienzo y sus pensamientos, pinceladas sin reposo que han sido capturadas en sus cuatro títulos: El recreo (2010), Tilos (2010), El mes raro (2015) y El libro de los caballitos (2021).

   Su poemario más reciente, El libro de los caballitos, fue presentado en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, San Antonio) en octubre del 2021. La autora convirtió a los estudiantes de la Universidad de Texas, colegas y audiencia, en participantes en lugar de espectadores. En esta presentación, la etimología de la palabra poesía cobró un nuevo significado. En griego, ποίησις (poíesis) significa “hacer” y a su vez “materializar”. Meiller escribe, exhibe y propaga perdurablemente la poesía. Aquel día los estudiantes nos convertimos en un caballito mediante el proceso de lectura colectiva. Cada palabra, cada verso, cada estrofa, fueron personificados en el escenario hasta convertirse en estampida. Un conjunto de voces resonando con dos objetivos: escuchar y sentir la poesía.

   Anatómicamente El libro de los caballitos está compuesto por cinco apartados. El primero es “El trote corto”, aquí niños y adultos conviven y pastan. La infancia solitaria anuncia la tragedia de una domesticidad adulta de la que los hombres buscan huir. El desamparo es también una memoria rota por la ausencia. En el campo, el cielo es aveces de un vibrante azul y el pasto está repleto de capullos floreciendo, pero es también un espacio acechado por la oscuridad y la violencia. El trote corto es el de la vida misma y su fugacidad, pues la adultez, minada por la maleza, obliga a galopar más rápido. El segundo apartado, “Los caballitos”, nos descubre una historia entre hermanos: la vida inseparable entre la primogénita, el hermano de en medio y el menor, tres caballitos siempre amenazados y ávidos por cuidarse uno al otro. La tercera parte, “El desbocado”, relata un accidente, el hermano menor es herido durante la caza: un presagio enunciando su cercanía con la otra vida. En el cuarto capítulo, “La última carrera”, el menor perdura en los corazones de la familia, su manada, su tropilla. Ha vivido y ha luchado huyendo de la pesadilla. Fue acompañado por los suyos durante la batalla y ahora volará “sin alas” y conquistará “sin espadas”, emprende así su “último galope”. Hasta aquí las cuatro extremidades del libro, esas patas que lo sostienen, y que están coronadas por un último apartado: la cabeza de la obra en forma de “Epílogo” que rompe la organización previa. Es la única sección no integrada por cinco poemas, aquí solo encontramos “En este poema no hay caballos”, composición que eriza la piel al acentuar toda presencia ausente. La tropilla se ha disuelto y emprende la huída hacia la eterna oscuridad.

   Meiller brinda piezas de rompecabezas para que los lectores las conecten, aunque dicho repertorio esté incompleto. Cada página revela la transformación de una familia constituida por el padre, la madre y tres hermanos que residen en el campo. La trayectoria del tiempo es lineal y a la vez plagado de reminiscencias. El espacio rural, la vida familiar compleja. Un núcleo atemorizado de morir y simultáneamente de vivir debido a la fina línea que existe entre la creación y la destrucción: “una fecha de nacimiento y otra de defunción […]”; “los hombres galopan rápido por el apuro de morirse”; “[…]es ahora evidencia de la proximidad de toda captura con la muerte”.

   El libro de los caballitos nos envuelve en una experiencia sinestésica de ese mundo rural de la pampa, verde y lúgubre a un tiempo. Allí “el invierno tiene una luz leve”; “el frío empuña su cuchillo”; “el olor de la leña sube denso y peligroso”; “el sol brillaba enfurecido”. Cada poema es rico en acciones que asimilan a la familia y los caballos con ese mundo natural trastocado: los hermanos “se acurrucan en un lugar tibio del pasado común […] para no florecer porque su destino es madurar”; “Pero en su noche no hay espejos / el bosque y sus criaturas desdicen a la familia, parten el cordón de la genética como una rama.” Así, el retrato de lo doméstico y lo natural depende de dos perspectivas: una luminosa fuente de vitalidad o un sitio aterrador a causa de su oscuridad, frialdad y acechanzas.

   En la obra de Meiller somos testigos de transiciones humanas que van de la candidez a la crudeza de la realidad. Como sucede con la transformación de los niños en apariencia nobles a adultos nebulosos. Sugiriendo la pregunta, ¿qué sucede cuando las leyes de la naturaleza van en contra de lo que implican? Nacer, crecer, reproducirse y morir como fundamentos universales y obsoletos. La vida es injusta, inesperada y pasajera. El libro implícitamente apela al sueño como mecanismo peligroso y de escape de la vida cotidiana reglada. De la misma forma, las pesadillas eventualmente nos acechan para atormentarnos. No existe un escape permanente ya que, de una manera u otra, aquello que evadimos nos encuentra como un bumerán. Esta familia lucha entre dos imposibles: la comunicación y el silencio. ¿Puede el aislamiento evitar conflictos entre individuos? Sí, pues la volatilidad de las palabras es incontrolable. ¿Provoca dicha incomunicación problemas internos? Sí. Ninguna opción es más viable que la otra.

   En este poemario la identidad se presenta como un concepto abstracto. El libro narrado en tercera persona tácitamente relata que los humanos pertenecen al reino animal. ¿Por qué? Metáforas que constantemente conectan a los humanos con caballos. El libro de los caballitos insiste en evidenciar la fragilidad de nuestra existencia, concluye que el espacio que ocupamos en esta dimensión es efímero, como lo son los vínculos que formamos a través de la vida. Tanto la comunicación como la falta de ella pesan lo mismo en una balanza e infligen dolor. Esta lectura atisba una posiblidad: encontrar el equilibrio entre dos ideologías antagónicas, el memento mori y el carpe diem. Ya que el libro nos catapulta al proceso de introspección, no debería sorprender su conexión con la naturaleza. El medio ambiente es la fundación de la existencia humana y, por tanto, es propicio a su cuestionamiento.

   Comparto el quinto poema de la primera sección, y con él, esta invitación a leer El libro de los caballitos de Valeria Meiller.

 

LOS CABALLOS MANSOS

 

Urden toda la noche

un ruido blanco con la esperanza

de que el ensamble de su música apague

el relincho original de la familia,

su fábrica mordaz

de palabras duras como el látigo.

Duermen toda la noche

para proteger su silencio del cauce

violento de la voz, la aparición

de conversaciones animales,

la ferocidad involuntaria

de todo lo dicho. Y funciona.

 

Si la madre pregunta qué sueña,

el padre cuenta:

“Caminábamos por el borde

escarpado de las rocas en vacaciones.

Una playa que

nunca visitamos despiertos pero en el sueño

la vida ocurría en el mar, los montes

y sus caballos no tenían nombres.

Las olas iban, volvían sin golpear

Nunca nada. Los niños no existían

y si había animales, eran silvestres.

El sol brillaba enfurecido, y todo

lo que ahora te derrumba ─la casa

cuando la lluvia arrecia, la corriente

desbordando la orilla en los canales─

lo barrían las olas para que descansaras.”

 

La madre no sueña, y el relato

Que construye en contra de la noche

se apega a lo mundano como si al resguardo

de las cosas concretas ─la ropa de la cama,

la mesa de noche, los libros

leídos antes de dormir─

consiguiera prevenir una muerte.

 

Uno de los niños murmura:

“No quiero que se apague el día.”

Otro dice:

“¿A dónde te vas cuando dormís

durante mucho tiempo?’”

 

La madre no escucha, por un rato

la travesía de su lengua se disuelve

por un silencio necesario, por un temblor

que descascara los muros de la casa.

Stefanie Naoun nació en la ciudad de Valencia, Venezuela, en el año 2000. Es una estudiante de licenciatura en la Universida de Texas en San Antonio del Departamento de Lenguas Modernas y Literatura. Ha realizado investigaciones lingüísticas conjunto al laboratorio de Adquisición de Lenguaje y sus ilustraciones han sido empleadas para la recolección de datos en Argentina.

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