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Escribir laberintos

 

María Cruz 

Los sueños, como los poemas, crean su propio lenguaje, su arquitectura secreta; no se dejan atrapar y por eso resultan tan atractivos y a ratos insondables. Nada más cercano a la poesía que los sueños que protegen el misterio de lo esencial. En alguno de sus aforismos Karl Kraus escribió: «Arte es convertir la solución en un enigma», con este espíritu, Rosa Durán escribió El libro de los sueños, título sugerente de una materia que se nos escapa como arena. Esta poesía desplegada en fragmentos que forman parte de un todo, defiende la no linealidad, defiende una narrativa al servicio de sí misma y un ritmo que establece sus propias pautas. La poeta sabe que los sueños en su origen se parecen al agua y a veces fluyen como mares o ríos, pero a veces caen a cuentagotas o en forma de lluvia, su marca es el movimiento, la jugosa ambigüedad que los disfraza y los revela intensamente y así escribe: «A veces se reprime un sueño. Hasta que explota y es diluvio».

   Para abrirse a la poesía hay que desprenderse de los límites, es necesario adherirse al júbilo que implica aceptar lo ingobernable, imaginar un mundo distinto que rechaza las ecuaciones, los silogismos, lo que se cierra como una afirmación. Aquí importa el hechizo que los sueños otorgan a través de un desplegado de imágenes y sensaciones. «Todo lo que sabemos de magia es gracias a los sueños», escribe la poeta. La magia, entonces, se vuelve próxima para todos cuando se sueña y se revisita lo soñado. Poesía y sueños son actos creadores, pero en este libro es la palabra la que rodea esos enigmas con un lenguaje que no disuelve ni reduce, más bien protege al misterio de toda disección. En el sueño hay una accionar del juego, las piezas se cambian y en el caldero se mezcla lo insólito, lo que tal vez nunca se juntaría en la vigilia. Los poemas entonces se ritman con ese ámbito, en el que se puede ser otro, testigo o actor; aquí no se busca la interpretación de los sueños ni se ofrece un catálogo de sueños personales, lo que pulsa es la poesía.

 

Me sueño toda la noche oscura cabalgando un caballo furioso parecido a ti. Tú eres y no eres el caballo. Yo monto y a la vez huyo.

 

La poesía sugiere un orden que se opone al discurso, hay sueños que pueden leerse como mensajes (o no), no importa, en este libro lo que se agita es el idioma, la metáfora ante la belleza de lo indescifrable, entonces la poeta se convierte en una cazadora de ese mundo y también le aporta el suyo, el de la escritura. El sistema venoso del arte une escritura y sueños, la poeta es una ávida lectora que lo mismo devora libros que sueños que observaciones agudas y reflexiona; este es un libro de poemas, pero también le gusta pensar, se regocija en la emocionada reflexión ante la vida que ofrece constantes prodigios; el libro destaca por su inteligencia, una inteligencia que por serlo respeta sus alcances y no se pelea con otras percepciones.

   Lo que late con más fuerza en El libro de los sueños es la libertad, su forma la busca constantemente en su construcción, en el imaginario, en la hibridez que toma de todos lados y se sale de los moldes, pero también en el corazón del lenguaje que se sostiene por un apetito de aventura, por el instinto que busca lo desconocido, la no frontera entre realidad y ficción, la reverencia ante el mundo inaccesible, por eso los sueños son el acicate, la materia inalcanzable. Para quien está en perpetua atención y escribe, todo se recibe como una ofrenda, no se desdeña lo sutil, la ternura, como en esta línea: «Sobre la aterrada carne del recién nacido, dibujo un ángel».

   El libro de los sueños rinde tributo a otros artistas y poetas, se concibe como una suma de voces porque la poesía es un acto colectivo, de continuidad, y también los sueños nos sueñan a todos. Por allí están Borges y Dante; Sei Shonagon y San Juan de la Cruz, Rimbaud y los héroes de la épica, Ulises, Héctor, más los aventureros de la historia: Colón y Bernal, todos ellos personajes colmados de fuerza e impulso, lejos de todo conformismo. El motor es la búsqueda de nombrar sin traicionar lo indescifrable. La lucidez de los poemas abre una puerta para pasar del otro lado y regresar a éste sin rechazar ningún ámbito. El metal conductor es el lenguaje, la palabra es el gozne.

   El espíritu del libro busca un laberinto para entrar en él y entre otros hallazgos encuentra un bestiario estimulante, los animales son asimismo, como los sueños, portadores de enigmas: «El búho es el insomnio de la noche», escribe Rosa Durán. Los animales no necesitan de las palabras para imantarnos con su existencia, lo que ellos enseñan puede contradecir a las fábulas y se muestran en su existencia pura:

 

Las hormigas envidian a las cigarras. Sueñan con su canto. Tratando de imitarlas, se frotan el vientre con las patas, pero no logran producir ninguna melodía. Apenas un susurro mezquino que lastima hasta los oídos más vulgares.

 

Y con esto aparecen otras fibras en el libro: el humor, la ironía, la viva imaginación que aporta sus colores y un delicado erotismo que trae a la luz la hermosura del deseo: «Un sueño es una serpiente en el sexo», o  «Sueño con tu voz como si fuera un cuerpo. Tu voz es materia y sabor, algo para gustar y oler, una oscuridad crujiente».

   El libro de los sueños tiene un hilo que se entreteje con la trama: un arte poética se despierta con el acto mismo de escribir: «No escribo, busco. Escarbo». Como si a la par de soñar, la poeta intentara desentrañar los mecanismos de la escritura y esto se convierte en un atizar el fuego de lo ignoto para entresacar la luz y no renunciar a la sombra, el claroscuro reina con su voz de oxímoron, la sinestesia se aviva.

   La poesía se logra cuando no se le encierra, se logra cuando se celebra su danza y esto sucede aquí.

Rosa Durán, El libro de los sueños, E1 Ediciones, México, 2019.

María Cruz (Ciudad de México, 1974). Estudió en la Escuela de Escritores de la Sogem. Ha publicado los libros de poemas: Colmena de oro y ceniza (1997), Suma de patios (2001), El libro de las grietas (2004) y Hacedor de sombras (2012).

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De El libro

de los sueños

Según la Odisea y la Eneida, hay dos puertas del Sueño: una de cuerno que vaticina lo que se cumplirá; otra, de marfil, que anuncia falsos sueños.

 

 

Dice Borges que Tartini compuso la sonata El Trillo del Diavolo, porque el diablo se la dictó. En un sueño.

 

 

Cuando el sueño no puede levantar el vuelo, se arrastra como pesadilla.

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